Yo no hago arte para vender. Hago arte por que me gusta y me parece importante para la cultura.  Tampoco me opongo a que mis trabajos puedan ser vendidos. Cuando alguien decide que quiere comprar una de mis obras, me siento muy complacido. Es una satisfacción saber que una persona quiere tener en su colección uno de mis trabajos.

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Parte del atractivo de la Feria del Millón en la que participé en octubre de este año, fue la posibilidad de mostrar los trabajos a un público grande y también de comercializarlos. Al comienzo me dediqué a abordar a todas las personas que se detenían al menos dos o tres segundos frente a alguno de los cuadros. Les conté del proyecto y del proceso, y les entregué un texto resumen de mis ideas. En algunos momentos me sentí como un impulsador de un producto cualquiera dentro de un supermercado o centro comercial. En alguna medida, yo habría querido no estar allí para “explicar” mi obra, como reclamaban muchos de los visitantes, y mucho menos para convencer a alguien de comprarla. Pero al mismo tiempo, fue maravilloso poder hablar de mi trabajo, aprender y enriquecerme con los comentarios e ideas de aquellos con los que pude interactuar.

Desde la apertura y todo el tiempo de la Feria tuve la dualidad entre (I) qué bueno poder mostrar y vender mis piezas y (II) creo que la mayoría de la gente lo que busca es decorar su casa y por ende no valora mi arte como tal. De lo primero estoy seguro, pero lo segundo es un prejuicio o hipótesis que solamente una investigación podría confirmar.  Surgieron muchas preguntas: ¿qué tiene de malo que mi obra esté en la sala de una casa porque los colores salen con los del sofá? ¿tengo derecho a vetar a un comprador porque a mi juicio valora mi trabajo con criterios que no son puramente estéticos? ¿la selección y uso libre que un coleccionista le de a mi obra no es parte de la democratización del arte?

Pienso que cuando se produce una pieza, en el instante en que se publica, deja de ser de uno, le pertenece al mundo, como un hijo que llega a la mayoría de edad o sale de la universidad y toma su propio camino. También creo que se debe dudar del paradigma del comprador o público sofisticado que hace parte de una élite que es la única suficientemente educada como para valorar y hablar del arte. Las imágenes que produzco quiero que le lleguen a mucha gente: “conocedores” o “no conocedores”. Y a partir de que se publican, dejan de ser mías, el receptor las activa y también crea contenido, no se necesita una “explicación” aunque el discurso también es importante.

Concluida la feria, inicié el proceso de producción de las obras adquiridas que no estaban exhibidas y la posterior entrega. Al final, me llamó la atención ver que  el 90% de mis coleccionistas estaban ubicados en Bogotá. Y de estos, la totalidad viven en los exclusivos barrios Los Rosales, Santa Ana y El Chicó. ¿Otro Prejuicio? ¿El arte sólo le interesa a los ricos? ¿cómo hacer que sea más democrático? ¿el arte debe pretender ser democrático?

Iván Cardona

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